愛するルター派の兄弟姉妹の皆さん、
カトリックの兄弟姉妹の皆さん、
De buen grado os doy la
bienvenida a todos vosotros,
delegación de la Federación
luterana mundial y
representantes de la
Comisión para la unidad
luterano-católica. Este
encuentro es una respuesta
al encuentro, muy cordial y
agradable, que mantuve con
usted, estimado obispo
Younan, y con el secretario
de la Federación luterana
mundial, reverendo Junge,
con ocasión de la
celebración de inicio de mi
ministerio como Obispo de
Roma.
Contemplo con sentido de
profunda gratitud al Señor
Jesucristo los numerosos
pasos que las relaciones
entre luteranos y católicos
han dado en las últimas
décadas, y no sólo a través
del diálogo teológico, sino
también mediante la
colaboración fraterna en
múltiples ámbitos pastorales
y, sobre todo, en el
compromiso de avanzar en el
ecumenismo espiritual. Este
último constituye, en cierto
sentido, el alma de nuestro
camino hacia la plena
comunión, y nos permite
pregustar de él ya desde
ahora algún fruto, si bien
imperfecto: en la medida en
que nos acercamos con
humildad de espíritu a
Nuestro Señor Jesucristo,
estamos seguros de
acercarnos también entre
nosotros; y en la medida en
que invocamos del Señor el
don de la unidad, tenemos la
certeza de que Él nos tomará
de la mano y Él será nuestro
guía. Es necesario dejarse
tomar de la mano por el
Señor Jesucristo.
Este año, como resultado
del diálogo teológico, que
ya cumple cincuenta años, y
en vista de la conmemoración
del quinto centenario de la
Reforma, se publicó el texto
de la Comisión para la
unidad luterano-católica,
con el significativo título:
«Del conflicto a la
comunión. La interpretación
luterano-católica de la
Reforma en 2017». Me parece
realmente importante para
todos el esfuerzo de
confrontarse en diálogo
sobre la realidad histórica
de la Reforma, sobre sus
consecuencias y las
respuestas que a ella se
dieron. Católicos y
luteranos pueden pedir
perdón por el mal causado
unos a otros y por las
culpas cometidas ante Dios,
y juntos gozar por la
nostalgia de unidad que el
Señor ha despertado en
nuestro corazón, y que nos
hace mirar adelante con una
mirada de esperanza.
A la luz del camino de
estos decenios, y de los
numerosos ejemplos de
comunión fraterna entre
luteranos y católicos, de lo
cual somos testigos,
confortados por la confianza
en la gracia que se nos da
en el Señor Jesucristo,
estoy seguro de que sabremos
llevar adelante nuestro
camino de diálogo y de
comunión, afrontando incluso
las cuestiones
fundamentales, como también
las divergencias que surgen
en el ámbito antropológico y
ético. Cierto, las
dificultades no faltan y no
faltarán, requerirán aún de
paciencia, diálogo,
comprensión recíproca, pero
no nos asustemos. Sabemos
bien —como muchas veces nos
recordó Benedicto XVI— que
la unidad no es
primariamente fruto de
nuestro esfuerzo, sino de la
acción del Espíritu Santo a
quien es necesario abrir
nuestro corazón con
confianza para que nos
conduzca por las vías de la
reconciliación y la
comunión.
El beato Juan Pablo II se
preguntaba: «¿Cómo anunciar
el Evangelio de la
reconciliación sin
comprometerse al mismo
tiempo en la obra de la
reconciliación de los
cristianos?» (Carta
encíclica
Ut unum sint,
98). Que la oración fiel y
constante en nuestras
comunidades sostenga el
diálogo teológico, la
renovación de la vida y la
conversión del corazón, a
fin de que, con la ayuda del
Dios uno y trino, podamos
caminar hacia la realización
del deseo del Hijo,
Jesucristo, que todos sean
uno. Gracias.
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