Señor Secretario General,
Señoras y Señores,
Tengo el agrado de recibirles, Señor Secretario General y altos
ejecutivos de los organismos, fondos y programas de las Naciones Unidas y
de las Organizaciones especializadas, reunidos en Roma para el
encuentro semestral de coordinación estratégica de la Junta de los jefes
ejecutivos del sistema de las Naciones Unidas.
No deja de ser
significativo que este encuentro se realice pocos días después de la
solemne canonización de mis predecesores, los Papas santos Juan XXIII y
Juan Pablo II. Ellos nos inspiran con su pasión por el desarrollo
integral de la persona humana y por el entendimiento entre los pueblos,
concretado también en las muchas visitas de Juan Pablo II a las
Organizaciones de Roma y en sus viajes a Nueva York, Ginebra, Viena,
Nairobi y La Haya.
Gracias, Señor Secretario General, por sus
cordiales palabras de presentación. Gracias a todos ustedes, que son los
principales responsables del sistema internacional, por los grandes
esfuerzos realizados por la paz mundial y por el respeto de la dignidad
humana, por la protección de las personas, especialmente de los más
pobres o débiles, y por el desarrollo económico y social armonioso.
Los
resultados de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, especialmente en
términos de educación y disminución de la pobreza extrema, son también
una confirmación de la validez del trabajo de coordinación de esta Junta
de jefes ejecutivos, pero no se debe perder de vista, en el mismo
tiempo, que los pueblos merecen y esperan frutos aún mayores.
Es
propio de la función directiva no conformarse nunca con los resultados
obtenidos sino empeñarse cada vez más, porque lo conseguido solo se
asegura buscando obtener lo que aún falta. Y, en el caso de la
organización política y económica mundial, lo que falta es mucho, ya que
una parte importante de la humanidad continúa excluida de los
beneficios del progreso y relegada, de hecho, a seres de segunda
categoría. Los futuros Objetivos de Desarrollo Sostenible, por tanto,
deben ser formulados y ejecutados con magnanimidad y valentía, de modo
que efectivamente lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la
pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de
preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para
todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de
cualquier desarrollo económico y social sostenibles. Se trata, en
particular, de desafiar todas las formas de injusticia, oponiéndose a la
“economía de la exclusión”, a la “cultura del descarte” y a la “cultura
de la muerte”, que, por desgracia, podrían llegar a convertirse en una
mentalidad pasivamente aceptada.
Por esta razón, a ustedes, que
representan las más altas instancias de cooperación mundial, quisiera
recordarles un episodio de hace 2000 años contado por el Evangelio de
san Lucas (19,1-10): el encuentro de Jesucristo con el rico publicano
Zaqueo, que tomó una decisión radical de condivisión y de justicia
cuando su conciencia fue despertada por la mirada de Jesús. Este es el
espíritu que debería estar en el origen y en el fin de toda acción
política y económica. La mirada, muchas veces sin voz, de esa parte de
la humanidad descartada, dejada atrás, tiene que remover la conciencia
de los operadores políticos y económicos y llevarles a decisiones
magnánimas y valientes, que tengan resultados inmediatos, como aquella
decisión de Zaqueo. Guía este espíritu de solidaridad y condivisión
todos nuestros pensamientos y acciones? Me pregunto.
Hoy, en
concreto, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es
sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe
llevarnos a compartir, con gratuidad total, los bienes que la
providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas
materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con
generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber antes negado
a los demás.
El episodio de Jesucristo y de Zaqueo nos enseña
que por encima de los sistemas y teorías económicas y sociales, se debe
promover siempre una apertura generosa, eficaz y concreta a las
necesidades de los demás. Jesús no pide a Zaqueo que cambie de trabajo
ni denuncia su actividad comercial, solo lo mueve a poner todo,
libremente, pero inmediatamente y sin discusiones, al servicio de los
hombres. Por eso, me atrevo a afirmar, siguiendo a mis predecesores (cfr
Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 42-43; Enc. Centesimus
annus, 43; Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 6; 24-40), que el
progreso económico y social equitativo solo se puede obtener uniendo las
capacidades científicas y técnicas con un empeño solidario constante,
acompañado de una gratuidad generosa y desinteresada a todos los
niveles. A este desarrollo equitativo contribuirán así tanto la acción
internacional encaminada a conseguir un desarrollo humano integral en
favor de todos los habitantes del planeta, como la legítima
redistribución de los beneficios económicos por parte del Estado y la
también indispensable colaboración de la actividad económica privada y
de la sociedad civil.
Por eso, mientras les aliento a continuar
en este trabajo de coordinación de la actividad de los Organismos
internacionales, que es un servicio a todos los hombres, les invito a
promover juntos una verdadera movilización ética mundial que, más allá
de cualquier diferencia de credo o de opiniones políticas, difunda y
aplique un ideal común de fraternidad y solidaridad, especialmente con
los más pobres y excluidos.
Invocando la guía divina sobre los
trabajos de vuestra Junta, pido también una especial bendición de Dios
para Usted, Señor Secretario General, para todos los Presidentes,
Directores y Secretarios Generales aquí reunidos, y para todo el
personal de las Naciones Unidas y demás Agencias y Organismos
internacionales y sus respectivas familias. Muchas gracias.
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